Uno de los juegos que recuerdo de niño era uno que conocíamos con el nombre de siete piedras. En la calle 13 de la Inmaculada (El Vigía, Mérida Venezuela), las partidas que se armaban a veces involucraban hasta 30 participantes, y jornadas que se extendían hasta tarde en la noche (sobre todo los viernes). A veces nos visitaban equipos de otras partes del pueblo para desafiarnos (había una guerra no declarada especialmente contra los de la Carabobo).
Para jugar este juego se necesitan 7 piedras planas (lajas) aunque también se pueden usar 7 tablitas de madera gruesas, y la infaltable pelotica de goma de muchos juegos de nuestra infancia. Lo ideal era que las piedras fueran de diferentes tamaños, donde la más grande era la base y sucesivamente hasta la más pequeña que era la de arriba.
Se reparten los equipos en dos bandos, los que atacan y los que defienden, los cuales se van intercambiando. Se coloca la torre de siete piedras planas, una sobre la otra, aconsejablemente cerca de una pared.
Luego, por turnos, uno de los jugadores atacantes y desde una distancia marcada trata de tumbar la torre con la pelota. Al hacerlo todos los que atacan se alejan a resguardarse, y deben evitar ser “sacados” (eliminados) por los defensores. La manera de eliminar a un atacante es “sellarlo” (tocarlo) con la pelota, lo cual generalmente se hacía arrojándole la consabida pelotica con toda la fuerza al cuerpo, así que unido a la humillación de la eliminación teníamos que soportar el golpe, que usualmente dejaba un llamativo “morado” (hematoma) de recuerdo. El juego concluía cuando los atacantes armaban la torre o cuando los defensores eliminaban “sellando” a todos los contrarios.
Entre las pocas reglas que se respetaban estaba que los atacantes no podían correr con la pelota, por lo que debían pasársela unos a otros. Si la pelota se le caía a un atacante, los defensores la podían patear para ganar tiempo lanzándola lejos.
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